Sé perfectamente lo que perdí con tu partida, podría incluso hacer un inventario.

Lo encabezarían los planes para una vida juntos, la complicidad y el deseo. La lista de restaurantes pendientes, las persianas y aquel sillón color burdeos.

El amor se queda junto con las palabras, los recuerdos y las pocas fotografías nuestras que fui capaz de rescatar; pero sé que perdí los tres reyes magos que asomaban de la camisa entre tu cuello y tu pecho, el lunar bajo tu pezón derecho y el tatuaje de tu costado izquierdo.

Perdí el rastro de tu pelo en pecho y del vello púbico que bajaba desde tu ombligo, así como la esperanza de alguna vez verlos al natural. La sonrisa de reserva especial y tu cabello alborotado al despertar.

Perdí tus labios, los lóbulos de tus orejas que casi nunca me dejabas besar, y la curvatura perfecta de tu cuello en la que podía esconderme después de un día fatal.

Tu espalda protectora y tus brazos siempre dispuestos a cubrirme de polo a polo sin importar la hora.

Perdí tus manos, tu voz, tus ideas y esos 15, 000 detalles más que me hacían perderme en tu inmensidad.

Yo sigo aquí, y quizá por eso decir que te llevaste mi vida puede detonar tu incredulidad, pero sí debo inventariar a la mujer de la que te enamoraste, a la esencia y el alma que decidieron seguirte hasta la última parada.

Día con día las pérdidas se hacen más evidentes, el dolor más profundo, la ausencia más pesada.

El inventario crece.

Maru Vázquez

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