Lo perdía cada vez que me hablaba de su insomnio y trasnochaba junto a él.
Lo perdía cuando me quedaba arraigada en sus ojos, que detenían mi tiempo.
Lo perdía cuando observaba sus lunares, que me parecían estrellas brillando en la oscuridad.
Lo perdía cuando escuchaba sus lamentos, por una utopía de tono café, de la cual yo no podía salvarlo.
Ambos compartíamos una galaxia,
él se entristecía por ella y yo me entristecía por él.
Lo perdía cada instante que mi corazón decía su nombre sin razón,
sin mesura.
¿Cómo puede alguien perderse en una calidez tan fría como él?
Lo perdía…
aunque compartiéramos el mismo cielo.
Lo perdí el día en que me di cuenta
de que mi alma sonreía con su presencia.
Faviola Rosales
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