Ese silencio que has construido a tu alrededor, como un muro invisible, se ha convertido en una presencia constante entre nosotros. Es más que la ausencia de palabras; es un vacío lleno de todo lo que no estás diciendo, de todos los pensamientos y sentimientos que mantienes ocultos tras esa cortina de quietud.
Tu silencio lleva un peso que se siente en cada interacción, en cada mirada que evitas, en cada mensaje que no envías. Como una sombra, se extiende entre nosotros, llenando los espacios que antes ocupaban tus risas, tus bromas, tus confidencias. Es un peso que se siente en el pecho, una carga emocional que habla de distancias y desconexiones, de preguntas sin respuesta y de palabras suspendidas en el aire, esperando ser liberadas.
En los momentos en que estamos juntos, pero cada uno perdido en su propio mundo, ese silencio tuyo se vuelve ensordecedor. Es como un grito mudo que resuena en mi mente, preguntándome qué pasó, qué cambió, qué se perdió en el camino que nos llevó a este punto. Tu silencio, en su inmovilidad, parece estar cargado de palabras no dichas, de verdades no reveladas, de sentimientos no expresados.
Este silencio tuyo, a veces, me lleva a un mar de introspección, preguntándome si hay algo que podría haber hecho diferente, si hay palabras que podría haber dicho para llenar este vacío ensordecedor. Es un laberinto de incertidumbres, donde cada camino parece llevar a más preguntas sobre lo que yace detrás de tu silencio.
Y en medio de todo esto, me encuentro anhelando el sonido de tu voz, las palabras que solías compartir con tanta facilidad. Ese silencio tuyo, en su peso y su densidad, se ha convertido en un recordatorio de todo lo que solíamos ser y de todo lo que, en algún momento, espero que podamos volver a ser. Porque en cada momento de silencio, en cada pausa, en cada espacio vacío, yace la esperanza de que, algún día, tus palabras volverán a llenar el aire, rompiendo el peso de este silencio que ahora nos separa.
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